36

Fabio Morais

36 es una adaptación de 36, publicación que hizo Fabio en 2011 cuando cumplió 36 años. Un texto muy personal que habla sobre la escritura y la Historia, sobre el golpe de estado de 1964 y Tropicália. La adaptación colombiana habla sobre la Historia y la escritura, sobre la UP y nuestro arte conceptual. En esta versión el texto está acompañado por fragmentos de dos revistas, la Cromos de octubre de 1987, con el especial del asesinato de Jaime Pardo Leal, y la Arte en Colombia, con la noticia de la Medalla entregada a Antonio Caro en el XXVI Salón Nacional por su Colombia Coca-Cola.

Abajo el texto completo.

95x120mm, 64 páginas.
Impresión offset a 1 tinta


36, amigo. Este año cumplo 36, amigo, cuerpo, organismo, mecanismo, la visión sin foco al final del día. Ni Agustín dio cuenta del tiempo. Dice que sabía pero nunca explicó. 36, explico, pero no sé. Felicíteme, amigo, pero prefiero que no venga a mi fiesta ni pregunte por mi historia. No soy histórico. A los 25 salí de la infancia, a los 18 de la vejez. Hasta aquí, solo pude hacer del tamaño de mi brazo. Es mi métrica, amigo, usted sabe. Envidio a quien mide todo por una escala social. Quien apostó por las utopías y fusiló a su mejor amigo, se equivocó, pero lo hizo con un carácter que era todo creencia y confianza. Para la Historia, no es la ética lo que hace historia. Mido por lo único humano a lo que tengo acceso, yo. Ese egocentrismo me envejece, amigo, yo sé, el yo es una entidad abandonada en el asilo por las otras personas del discurso. El yo es vergüenza ajena. Ya estoy decrépito para algunas cosas que quedaron atrás. Al mismo tiempo, me emociona, me hace sentir como un adolescente lo que el azar me impuso. De fiesta, amigo, traiciono al sueño con el azar. Olvide mi cara afilada. Cayó. Se desplomó. Nuestra mayor institución se llama Humanidad, ¿no, amigo? Ella nos institucionaliza al asumir cada vez más las riendas de nuestro cuerpo. Borre mis dedicatorias. ¿Se dio cuenta de lo viejos que son los textos? ¿Hay algo más viejo que un texto? Por eso los escritores son tan viejos y los periodistas parecen viejos que van en skate. Cualquier cosa que escriba aquí, amigo, está en sus últimas. Pensamiento e imaginación, que en mi tosquedad filosófica forman la misma molécula, brillan. ¿No brillan, amigo? Pero entonces viene el texto, que es palabra en marcha castrense, y envejece al pensamiento, la morfología de los desfiles militares, los veteranos de guerra, es ese el convoy discursivo del texto, lo peor de lo masculino. Texto, si no es ataque, es defensa, es reserva. Es por eso que escribo demasiado, amigo. Para envejecer y darle en la cara a la vejez, molerla a golpes, tumbar a la vejez de su asiento reservado y tirarla por las escaleras. Solo el que es viejo puede azotar a lo viejo sin provocar revuelta y deseo de linchamiento. Todo lo que se escribe es viejo, amigo, los nobel apenas se sostienen en pie, no aguantan ni el trofeo. Pero venga, dígame, ¿usted cómo está leyendo este texto? ¿Con tristeza? ¿Cree que estoy mal y que para estetizar la depresión vomité este texto? ¡No, amigo! Por dios, no, leyó todo mal, de verdad, no, esto no es vómito, es murmullo de madrugada en voz baja para no despertar a los vecinos. Lo leyó en el tono equivocado, amigo, vuelva a la primera palabra y comience de nuevo, lea con la calma que tendrá cuando en su vida solo exista usted. Este año cumplo 36, amigo. No debería escribir sobre esto, sino sobre esa flacidez alrededor de los ojos, de ese cansancio que no conocía, y andar, cantar, llorar solo en el balcón y reír en público en la sala de pesas. La Historia es vieja, amigo, vieja y escrita hasta el fondo. El escroto de la Humanidad, o es escrito, los mandamientos, la ley, la Historia, o es traducido en estadísticas que son tan estúpidas como sermones. No logro creer en la opinión de la Historia, amigo, ni en el derecho conquistado por la mayoría matemática. Entonces, ¿voy yo a creer en qué? ¿En los likes? ¿En la clínica? ¿Por dónde comienzo? Yo solo creo en lo que vivo en vivo, amigo, en los lugares donde paso, me quedo, me voy. La globalización y el tiempo real me aumentan, me estiran a un tamaño que definitivamente no tengo, no puedo, no logro, rompo. Creo en usted, amigo, porque sé su hálito. Es simple y cercano. Ningún libro de Historia cita mi nombre, ni el de nadie de mi familia. La fiesta fue toda en la calle de arriba, con electricidad robada. ¿Somos bien colombianos, cierto, amigo? Oficialmente, solo participamos en la Historia por los torcidos que hacemos. Ahora el país es optimista y quiere comprar, comprar, comprar, comprar, comprar, y yo nunca estuve tan vaciado, cámbieme, présteme, fíeme, le pago de a poquitos, recíbame por partes en monedas, fináncieme, regáleme, acépteme como asaltante. Dejé de escribir, amigo. Tengo miedo, porque un error en español, en un escrito, es para siempre. Mi ojo colapsa cuando mi lectura detecta un error. Mi ojo sufre. Ya los errores no escritos, amigo, esos que la gente comete a toda hora, el olvido apaga y anula. Si no fuera mi olvido sería el suyo, basta con que uno de los dos olvide algo para que pierda peso y se desvanezca. Tengo miedo de escribir, amigo, y que usted encuentre mi lugar común, mi matriz, los libros que copio, mi repetición, idiotez, ignorancia. Me da vergüenza que usted se de cuenta de que todo lo que hago en arte es metabolismo. Mugre en disco rayado, amigo, se merecía algo mejor de mí. Aún más en este tiempo en que ya no quedan artistas metabólicos y perturbados comportándose mal, en que los artistas tienen todos apariencia equilibrada. Quienes viven perturbados, amigo, escondidos bajo la medicación para no tirarle el carro a los peatones,son nuestros amigos funcionarios, la gente de bien . 36, amigo. Me descubrí metabólico pero preso del lenguaje, él es mi principal enzima. Intento escribir sin errores de sintaxis para que usted no reconozca en ellos las fallas de mi antigua profesora de español, fue ella quien por primera vez, a los dieciséis, me habló de la UP. Pero nunca pensé que eso fuera una rebeldía, amigo, en este país los rebeldes están armados y yo no tengo armas, me aburre la violencia, no voy a las marchas porque me agobian las multitudes y desconfío de la opinión de los otros. Mi primera rebeldía real fue privada, amigo, a los quince capar clase una semana entera para quedarme en la casa leyendo Proust. Mi segunda rebeldía real fue a los catorce, volviendo del paseo al zoológico, cuando me quedé en la parte de atrás del bus sin tomar aguardiente con los demás, no me gustan las multitudes y no creo en la opinión de los otros. Mi tercera rebeldía no hizo falta que fuera punk, amigo. Nunca me gustó el rock, amigo, usted sabe. Y así mismo, cultivo opiniones contradictorias para que por lo menos una coincida con la suya y por tres segundos vea en mí a un cómplice. Hoy lo que me envejece es ese ejercicio tautológico de entender y opinar sobre lo que está lejos, sobre lo que no es mío, sobre todo asunto que vende periódicos que vende propaganda que vende a la madre. Desde la colonia, todo viene de lejos. País colonizado, amigo, vea alrededor lo peligroso de nuestros matices esclavistas. País colonizado, precario, conceptual, bien educado. Aquí no está bien visto que el arte opine en serio, amigo, nuestro capital político es anecdótico, este es el país del chiste triste, nuestro símbolo estético nacional. De nuestra tristeza resignada nacieron los hijos que bailaron salsa en la sala de mamá-concepto. En este país no es siendo punk que se es punk, ropa oscura y punteras calientan demasiado en un país tropical. Aquí importar el punk es tan colonizador como importar una película de Disney. Digo eso y lo miro, amigo. No me puso cuidado. Cada vez que digo lo opuesto de lo que acabo de decir es para que vea que estoy confundido. Afecto es contradicción. Tengo varias opiniones y podría escribir sobre todas, amigo, pero no quiero que la Historia pase por mí, no quiero servir a la Historia, no quiero, no quiero, no quiero, no, quiero. Ya me agota la naturaleza humana ejercitándose en mí para sudar su sudor. Necesito un rezo que cierre mi cuerpo para la Historia, amigo, solo a ese nivel me identifico con la religión. Voy a quedarme quieto porque estoy intentando escribirle algo y no lo logro. 36, este año. ¿Sigue leyendo este texto, amigo? ¿De qué modo? ¿De forma rápida, desesperada, al límite, verborreica, bipolar? No, amigo, mierda, se equivocó en el ritmo, vuelva a la primera palabra, por dios, vuelva, lea con calma, escribo este texto con toda la calma lenta de la vejez, mi caducidad es serena, imagine mi sonrisa de abuelo en cada coma. Este texto es cosa de quien no tiene trabajo, amigo, viejo jugando dominó en la plaza. No puedo historizar mi organismo, y entonces ahora la Historia pierde sentido porque ya no la escucho más al micrófono, sino a la cacofonía que se lo disputa. Y entonces yo, amigo, creía que los libros que leía en la biblioteca eran siempre escritos por un mismo gran autor. Hasta que un día vi a un gran autor a mi lado en la tienda, comiéndose una empanada asquerosa, de carne con papa. 36. Lo invito a mi vejez, amigo, pero prefiero que no venga ahora. Hoy estoy tan adolescente, pero mañana vuelvo a ser decrépito. Venga mañana. Hasta ayer era un viejo echándole tierra a los afectos, como un perro que acaba de cagar, pero de repente el azar agarra el timón y me vuelvo tan adolescente, amigo, repleto de espinas provocadas por sustancias que mi frente no conocía. Porque a los 36, amigo, quien muere es la Historia y su único autor, nace un recelo por la Humanidad y se asume el nonsense pedófilo de los retirados. Es complejo, amigo, muy complejo, por eso ni le explico, no quiero escribir, no quiero cometer la irresponsable escritura del artista que la literatura encuentra risible y el arte no sabe dónde acomodar. Tengo la cara afilada, no me va a reconocer porque en nuestro primer encuentro usted me pateó el bastón. Siempre que escribo envejezco, amigo. Escribir es la hemodiálisis que mata el vigor, la lozanía. Lo que sale del texto deja la palabra seca, la pulpa se va a picotazos, queda la cáscara de lo que fue imaginado. Escribir me seca de sudor y saliva. Escribo por pasión a la imagen, por amor al ritmo y, por último, por respeto a la escritura. Pero no quería que usted me leyese, amigo, sin antes, sin antes, sin antes. Es que no hay nada más viejo y más autoindulgente que un texto, por eso no quiero saber de la Historia, amigo, no quiero saber, no quiero, no, quiero. No me llame como testigo, amigo. Los hechos suceden, estoy siempre a quemarropa porque soy un distraido. Reacciono por instinto, siempre caigo al suelo con las manos abiertas, me desuello las manos para proteger mi identidad. El libre albedrío es imposible cuando se es un cuerpo. Quien determinó cuáles serían nuestros órganos involuntarios era un experto, amigo. El poder es malandro. Pero no me llame a atestiguar, no veo, juro que no veo, no, veo. Si veo, prefiero no mirar para intentar escuchar. Lo mismo con la voz, opto por el mutismo, amigo. Debo ser la persona más silenciosa que conoce. ¿Le parece que quien tiene voz tiene el compromiso de hablar? Amigo, por dios, ver todo de esa forma determinante y literal creó la línea recta que va de dios al genocidio y luego de vuelta a dios para contener el genocidio. Quien tiene voz, amigo, tiene el compromiso de escuchar, amigo, de mirar. Prefiero no agotar las funciones al usarlas literalmente, prefiero no entenderme en esos términos, no reducirme a esas funciones. Lo que mata es ver al otro como taquilla. No puedo ser testigo ocular, amigo, cierro los ojos porque necesito dormir, pierdo, me atraso, me despierto antes de las seis, usted sabe, amigo, la única cosa que me emociona en veinticuatro horas es el amanecer. 36, a fin de año. Pero si me dice loser lo mando a la mierda, amigo, ¿este texto suena a eso? En serio? Jueputa, sigue leyéndolo mal, amigo, qué mierda. Vuelva a la primera palabra y siga el ritmo y el tono correctos, por amor a mí, por amor de mí. Si este blablablá le suena loser, amigo, borro ahora mismo este .doc de mi disco duro. Qué loser ni qué mierda. Loser, punk y disney son la misma cosa, es todo modelo anglosajón de comportamiento. Solo escribo para dejar bien claro que para llegarle necesito del puente para conmigo, amigo, y que no entiendo las lecciones de este dialecto que conversamos. ¿Quién practica nuestra literatura bilingüe, amigo, quién? ¿El mal profesor humanista que enseña el idioma local a las mulas presas en el aeropuerto? Escribir es viejo, amigo, es cantar en el fondo del coro, es utópico, es asistencia social, es oración, es mantra en posición de loto en portada de revista occidental, es pedir el arma al Poder para dispararse en el pie, es arrullar al rector, es fusilar al mejor amigo en el propio pecho. 36. Si fuese número sería bueno, amigo, pero 36 es palabra. No me dé ningún regalo, no me fuerce a tener nada. Ya estoy forzado a tener varias cosas, a tener pasaporte colombiano, a encajar todo en mi idioma, a especular con la economía. Pero no sé, amigo, si me quiere dar algo, si eso realmente fuera importante para usted, para hacerlo feliz por el hecho de ser educado conmigo el día de mi cumpleaños, escríbame algo en el idioma único de su organismo, amigo. Y si no lo entiendo, tampoco importa tanto. En relación a usted me corresponde a mí alfabetizarme en usted. Mándeme un correo, mándeme un email, me manda un email, mande un email, un email, amigo, un texto, un, texto.

(Primera Persona, Bogotá, 1986–1990–1982–2018)